martes, 22 de marzo de 2011

Tiempo de Cine (ES)

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Si te gusta la psicología, te sugiero aquí tres películas que vale la pena ver: 

Examen 


Ocho talentosos candidatos han alcanzado la fase final de selección para unirse a las filas de una misteriosa y poderosa corporación. La prueba tiene lugar en una habitación sin ventanas, donde un guardia armado vigila, los candidatos tienen 80 minutos para responder una simple pregunta. 

Celda 211 


El día en que comienza a trabajar en su nuevo destino como funcionario de prisiones, Juan (Alberto Ammann) se ve atrapado en un motín carcelario. Haciéndose pasar por un preso más, luchará para salvar su vida y poner fin a la revuelta, encabezada por el temible Malamadre (Luis Tosar). Lo que ignora es la encerrona que le ha preparado el destino.

El experimento 


26 hombres son elegidos para participar en un estudio psicológico que simula una prisión. Unos serán los guardas de la cárcel y otros los reclusos. Basado en el auténtico experimento de la cárcel de Stanford.




El ser humano es uno de los muchos animales que pueblan la Tierra 

Las tres películas tratan sobre situaciones que se estudian en psicología social. "El experimento" en realidad es una adaptación de un experimento psicológico real que tuvo lugar en la Universidad de Stanford. Sin embargo, la película da justamente el punto de vista contrario de lo que el experimento real mostró. La película comienza con imágenes de animales matándose unos a otros y todo tipo de escenas que muestran el lado más cruel de la naturaleza. Peces grandes que se alimentan de peces pequeños, los cazadores devoran a sus presas, un león matando a los cachorros de otro león, un roedor que mata a su propia descendencia, etc Esas imágenes son seguidas por escenas que reflejan la brutalidad humana, escenas de guerra, tortura y violencia doméstica. 

El experimento real de la Universidad de Stanford vino a demostrar que la situación es más poderosa que la personalidad. Mientras que en la película se puede ver quién es el malo y quién es el bueno desde un principio y esta situación se mantiene a lo largo de toda la película, el experimento real probó que unos chavales de buen corazón terminaron convirtiéndose en auténticos criminales. Pero una sociedad como la norteamericana, que exalta el individualismo sobre el colectivismo y cree que la personalidad es más importante que la situación no puede mostrar una película en la que el bueno acaba convirtiéndose en el malo debido a las circunstancias que le rodean. Eso implicaría admitir que la persona no tiene libertad para elegir, algo inconcebible en la mente norteamericana. Lo mismo sucede en la película Examen. Los actores hacen un gran trabajo resaltando la personalidad de cada uno de los personajes, pero una actuacíon así difícilmente tendría lugar en la vida real. Cada personaje en la película tiene una personalidad muy particular que no se ve afectada por la situación. Esta película me recuerda también un poco a otra llamada El Método. En esta película una gran empresa realiza una prueba de selección para contratar a un alto ejecutivo de entre siete candidatos. El proceso de selección sigue el método Grönholm, del cual nadie ha oído hablar. Pronto queda claro que las pruebas no son más que sucios juegos mentales. Entre ellos hay un topo del departamento de recursos humanos de la propia empresa. Los candidatos son eliminados uno por uno, de acuerdo con el procedimiento del método, mientras que sus prioridades, su ética y lealtad son sometidas a prueba de forma muy estresante. 

Celda 211 es lo que la película El experimento debería haber sido, pero no llegó a ser. Dadas las circunstancias adecuadas, cualquier hombre de bien puede convertirse en un asesino. Sin embargo, en las culturas occidentales que han sido americanizadas, a la gente no le gusta admitir este hecho. Tendemos a idolatrar a la persona y nos gusta creer que uno siempre tiene la opción de elegir. La libertad del ser humano para elegir es algo que se oye mucho en las películas americanas y es la base de los sistemas legales en todo el mundo. 

En la psicología social, esto se llama el error fundamental de la atribución. Tenemos la tendencia a explicar el comportamiento de los demás en función de su disposición o personalidad. Si alguien mató a otra persona es porque es un asesino violento. ¿Pero se podría seguir pensando así, si el 95% de las personas que se enfrentan a las mismas circunstancias terminaran matando a la otra persona? No podríamos argumentar que el 95% de las personas son asesinos violentos. Quizás la situación es más poderosa de lo que creemos y es ella la que domina el comportamiento exhibido ante ella. No somos tan libres como nos gusta creer que somos. 

En la película El Experimento se puede apreciar ligeramente un fenómeno muy bien estudiado en psicología social llamado "conformidad con la mayoría". Cuando a uno de los presos se le pide hacer diez flexiones de brazos y él se niega, los que hacen de policías piden a todos realizar diez flexiones. Conforme los presos más sumisos comienzan a realizar las flexiones, los más rebeldes se van añadiendo poco a poco al grupo hasta que el primer preso que se había negado termina realizando las flexiones en contra de su voluntad inicial. Este un ejemplo donde la situación es más fuerte que la personalidad. 

Mi profesor de psicología social solía poner este ejemplo en clase:

"Alguien suelta un león en el centro de la ciudad y este mata a 40 personas. ¿Quién es el responsable de las 40 muertes? ¿Culpamos al león, lo torturamos y apedreamos para que pague por lo que ha hecho? ¿O buscamos a la persona que lo ha soltado? ¿Cuál es la causa última de la muerte de dicha gente? Y si el león ha sido alimentado y criado por personas que saben que sería utilizado para la matanza, ¿serían ellos también responsables? "

A menudo en nuestra sociedad culpamos al león, lo encarcelamos, lo sancionamos y aprendemos a odiarlo y a enfocar nuestra ira contra él, mientras su cuidador se mantiene fuera del punto de mira. Las mentes primitivas que no pueden ver más allá del león centrarán su atención en él. ¿Cuántas veces en nuestra vida hemos culpado al léon?

¡Por supuesto, que el león debe ser detenido! No podemos permitir que se pasee por la ciudad matando gente. Igualmente no podemos dejar que un terrorista se dedique a matar a la gente. ¿Pero debemos culpar a los terroristas o a quienes hacen que los terroristas surjan? Y en esta búsqueda de razones para el terrorismo abre un poco más la mente un poco y mira más allá. El terrorismo no podría existir sin su oposición. Cuando dos imanes se atraen, ¿podemos culpar solo a uno de ellos de dicha atracción?

He sido criado en una tierra donde el terrorismo está a la orden del día, y sin ser yo mismo un terrorista me he encontrado siendo juzgado negativamente por aquellos que defienden la unidad nacional del estado español. Recuerdo que cuando era aún un niño y no tenía ni idea de política, solía veranear con mi familia en el sur de España. A menudo he sufrido burlas e insultos por el mero hecho de ser vasco. Recuerdo una vez que pincharon los neumáticos del coche de mis padres y rompieron las luces porque la matrícula era de Bilbao (en aquella época se podía identificar el lugar de origen a través de la matrícula del coche). Sin comerlo ni beberlo comencé a tener cierto odio por los “españoles” y mayor simpatía por los pobres vascos. 

En aquella época también viví la otra cara de la moneda cuando un día uno de mis amigos tuvo que emigrar del País Vasco. Su familia estaba afiliada al PP y llevaban un tiempo recibiendo amenazas por correo e incluso uno de sus familiares llevaba guardaespaldas. Obviamente aquello no era un ambiente sano para un niño. 

¿Llegamos a ser conscientes de que cada vez que decimos una mala palabra contra el vasco, el catalán, el francés, el musulmán o cualquier otro, lo único que hacemos es alimentar el conflicto? Agregar más leña al fuego del terrorismo nos hace responsables del conflicto. Una palabra nuestra tal vez sólo sea un grano de arena, pero muchos granos de arena forman un desierto. 

Cada vez que veo a los políticos gritándose unos a otros en televisión me viene a la cabeza la imagen de un fuelle que aviva el fuego de una chimenea.

De acuerdo a la psicología social nuestros gustos, nuestras motivaciones, intereses y personalidad dependen de la educación que hayamos recibido. Si hubiéramos nacido en el lugar de las personas que secuestraron los aviones que se estrellaron contra el World Trade Center en Nueva York probablemente habríamos acabado haciendo lo mismo, o algo muy parecido. ¿Por qué los hijos de musulmanes son generalmente musulmanes y los hijos de familias de derechas suelen ser también de derechas?

Justo después de los acontecimientos del 11 de Septiembre, que por cierto, me tocó vivir en primera persona, fui a Bélgica de Erasmus. Dentro del programa de estudios había una clase de comercio internacional. El profesor de dicha asignatura cambió el programa en base a los recientes acontecimientos. En la clase había estudiantes de varias nacionalidades. Recuerdo que había un grupo de diez estudiantes americanos de intercambio. En uno de los debates de clase muchos de los estudiantes comenzaron a atacar a los Estados Unidos hasta que uno de los americanos se puso en pie y dijo en voz alta para toda la clase: “Lo que pasa es que todos vosotros nos tenéis envidia, porque Estados Unidos es la primera potencia mundial y siempre que algún país tiene problemas, nos pide ayuda para que le saquemos las castañas del fuego. No solamente somos la policía del mundo, sino que contamos con los mejores recursos y el personal más cualificado del planeta y la envidia que eso causa es lo que hace que ahora nos ataquéis.” En aquel momento me pareció un pretencioso prepotente o incluso algo peor. Pero hoy en día entiendo que si alguien ha sido educado para creer así desde la infancia, inicialmente no tiene otra opción. 

Una misma persona criada en dos ambientes diferentes tendría distintas creencias y distinta forma de ser.

Para considerar otras opciones y puntos de vista es necesario hacer un trabajo de autocrítica y de crecimiento personal. Las personas que han viajado a distintos países y vivido en diferentes culturas suelen tener una apertura mental mucho mayor que aquellas que solo han conocido un único ambiente.


El peso de la genética

Hay científicos que defienden que gran parte de nuestro comportamiento agresivo viene dominado por la genética y los instintos. 

En el reino animal podemos ver claramente como muchos animales son muy territoriales y matan sin problema a aquel que traspasa su territorio. Los humanos no somos muy diferentes en este aspecto. Venimos de una larga historia de actos de barbarie. Los grandes imperios de la humanidad se han construido gracias a las conquistas, las guerras y el uso de esclavos. Aunque nos parezca cruel e injusto forma parte de nuestra historia. Esto nos hace darnos cuenta de que el ser humano nace también con la capacidad de matar y torturar. Es parte de nuestra naturaleza y es necesario reconocerla si queremos trascenderla.

Tenemos sensores que nos impulsan a comer alimentos muy calóricos, sobre todo grasas y dulces. Estamos hechos para la escasez. Tenemos detectores de hambre. No tenemos detectores de obesidad que cuando estamos gordos nos hacen que se nos quite el hambre y nos entren ganas de hacer ejercicio. Tenemos impulsos sexuales que a menudo toman el control de nuestra conducta. 

Es por eso que muchas campañas de marketing se dirigen precisamente a todos estos impulsos primitivos que nos mantuvieron con vida a lo largo de la evolución. Utilizamos imágenes sexuales para vender coches, los alimentos nunca han sido tan sabrosos y calóricos como hoy en día, y la humanidad nunca ha tenido tantos recursos destinados a la satisfacción de su hedonismo.

Una vez, leí que el 80% del dinero que el Reino Unido gasta en la pérdida de peso en un año, puede alimentar a dos veces el planeta durante un año entero. Este dato se refería al dinero gastado en perder el peso. No quiero ni pensar en el dinero utilizado en conseguir ese peso. 

Vivimos constantemente en una terrible incongruencia. Es normal. Forma parte de nuestra naturaleza. Por ejemplo, muchas personas defienden los derechos de los animales, incluso algunos tienen mascotas que cuidan con esmero. En cambio somos capaces de comer pollo o cualquier otro animal que ha sido criado en condiciones horribles. Una vez visité una granja de pollos y no te puedes ni imaginar lo que hacen con ellos con el fin de reducir costes y aumentar la producción. No haría algo así ni a mi peor enemigo. Pero mientras no lo vemos, no nos afecta, y podemos seguir comiendo pollo sin cargos de conciencia.

También compramos productos hechos por niños que trabajan en condiciones infrahumanas y a los que se les paga muy poco, pero preferimos no saberlo o pensar en ello. Nos preocupa la ecología, o eso decimos, pero cambiamos de teléfono móvil a menudo incluso aunque no nos haga falta, simplemente por capricho. Queremos tener la última tecnología, las mejores ropas, estar a la última, ¿por qué? Porque nuestro marketing así nos lo dice desde que nacemos. Aquellas partes del mundo a las que no ha llegado el marketing y el capitalismo norteamericano no tienen esa ansia por comprar lo último que ha salido al mercado. 

La pregunta a plantearse es: ya que los deseos, motivaciones y valores dependen de la cultura en la que nos hemos criado ¿podemos reeducarnos para optar por no ser tan materialistas y buscar un mayor equilibrio en la vida? 

La cultura, la lógica, la ética, la religión, la filosofía y el arte pueden influirnos tanto como el marketing. Así mismo somos capaces de controlar nuestros impulsos y necesidades. Podemos optar por no comer pastel de chocolate después de una buena comida, porque sabemos que estamos bien alimentados y no necesitamos esas calorías adicionales. Podemos elegir no fumar porque sabemos que perjudica a nuestros pulmones y a nuestra salud en general. Podemos optar por leer un libro en vez de ver televisión. Podemos optar por hacer ejercicio con regularidad para mantener nuestro cuerpo y nuestra mente sana.

Cada vez que alguien nos molesta y nos apetece atacarle podemos optar por no hacerlo y comportarnos de manera asertiva. Cuando vemos a un inmigrante que se cruza en nuestro camino y sentimos que ello nos molesta, podemos optar por no hacer un comentario negativo al respecto y reconocer que no es más que nuestro primitivo instinto territorial dándonos la lata.


Libertad de elección

En filosofía se distinguen diferentes tipos de libertad

  • Imagínate que estás en clase. El profesor es un tipo muy autoritario. Odias la clase, y el profe te cae fatal. La puerta de la clase no está cerrada con llave, por tanto eres libre de levantarte y abandonar el aula.  Esto es lo que en el ordenamiento jurídico se considera que es libertad. Encadenar a una persona a la mesa para evitar que salga de clase, por ejemplo, sería coartar su libertad y se consideraría un acto delictivo y punible. No obstante la esclavitud ha sido una forma legal de prevención de la libertad durante muchos años.
  • Sin embargo, imagina que te han educado para no levantarte ni salir del aula mientras el profesor imparte clase. Ya sea por cortesía o porque es un sistema muy autoritario que castiga a los insumisos, el caso es que ni siquiera te atreves a ponerte de pie y a caminar hacia la puerta. En realidad quieres dejar el aula, pero no puedes, aunque la puerta no esté cerrada con llave y no haya nada que te lo impida, tu conciencia (o tu superyó como diría Freud) no te deja levantarte. Por tanto, no eres libre de hacerlo.
  • Ahora imagina que te educan para creer que las personas de cierta clase deben vestirse de cierta manera y hacer ciertas cosas. Por lo tanto, creces con la idea de que debes tener un coche determinado o un determinado trabajo o llevar cierta ropa para ser considerado digno/a. Si ahora te encuentras a ti mismo/a valorando muchísimo la imagen corporal y las posesiones materiales y otra serie de cosas como consecuencia de dicha educación, ¿eres libre de dejar de valorar todo eso y decidir no considerarlo importante? 
No nos gusta creer que no tenemos libre albedrío, y aunque en el hipotético caso de que no fuésemos libres, preferiríamos vivir pensando que sí lo somos.  

La psicología social nos muestra que cuando la mayoría de las personas reaccionan de la misma manera ante la misma situación, es difícil atribuir su comportamiento a su personalidad o su capacidad para decidir libremente. Pero la comprensión de las leyes que regulan el comportamiento humano no nos convierte en esclavos de un mundo científico y mecánico. 

Algunos filósofos han dicho: "el conocimiento os hará libres". Cuanto más conocemos las leyes psicológicas que nos regulan y la influencia que ejercen las normas sociales con las que vivimos, más autoconocimiento tendremos, y si creemos en la máxima filosófica, más libres podremos ser.

El sueño americano te promete la posibilidad de conseguir prosperidad y el éxito sin importar la clase social o las circunstancias de tu nacimiento. La verdad es que esto de "sin importar tu clase social o las circunstancias de tu nacimiento" es una gran mentira. Somos nuestras circunstancias. La situación en la que vive una persona tiene un peso mucho mayor sobre su comportamiento de lo que nos gustaría pensar. No hay igualdad de oportunidades para todos, ni tampoco puede una persona ser responsable de todo lo que pasa en su vida como muchos seguidores de la Nueva Era quieren creer. Ignorar estos hechos es infantil e irresponsable. Cuanto antes aceptemos que no podemos controlarlo todo, mejor.

Aceptación: una lección que todos debemos aprender de nuestros vecinos de oriente. Aceptar lo que no puede cambiarse te ayuda a encontrar la paz. 

A lo largo de la evolución los animales han conseguido dominar la alimentación, la digestión, y la reproducción. Todo eso ha llevado millones de años. Los seres humanos somos una especie muy reciente en la evolución y todavía tenemos un largo camino por recorrer para aprender a manejar nuestras emociones y pensamientos. Aún estamos en las primeras etapas para tratar de entender la ira, la lujuria, la envidia, la atracción, la repulsión, el miedo y todas las emociones que se nos ocurran. No nacemos con un código moral y ético implantado en nuestros genes. Quizás con millones de años de evolución la inteligencia emocional pase a formar parte del acervo genético de la humanidad, pero por ahora tenemos que trabajárnoslo manualmente. 

En poco tiempo hemos sido capaces de desarrollar una tecnología increíble. Tenemos personas muy inteligentes en este planeta que crean satélites, ipads, computadoras, medicina nuclear, software para internet... Imagina lo que podríamos llegar a conseguir si pusiéramos el mismo esfuerzo en el estudio y desarrollo de nuestra inteligencia emocional.

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